martes, 8 de junio de 2021

¿Qué hubieran hecho ustedes?

¿Qué hubieran hecho ustedes? es una célebre frase de nuestro ex presidente Peña Nieto, que hoy se repite con sorna cuando hablamos de dilemas. Entre los varios dilemas actuales al discutir la aplicación de la vacuna contra COVID19, destacan ¿a quiénes vacunar primero? ¿es válida la decisión de “no vacunarse”? ¿está bien viajar a vacunarse a EU? Estas líneas discuten la legitimidad de probables respuestas.
 
La escasez de vacunas y el dilema bioético 

Cualquier decisión de “triaje” –como se le conoce al protocolo médico de clasificación y asignación de prioridad de atención, en razón de la posibilidad de supervivencia, las necesidades terapéuticas y los recursos disponibles– implica valoraciones bioéticas. La prioridad de asignación de respiradores llegó a ser un tema, tanto como hoy la decisión de a quiénes vacunar primero. En la mayoría de los países, se comenzó con el personal de la salud, en particular por la llamada “primera línea” (de batalla), en clara alusión al lenguaje militar que comúnmente se utiliza para hablar de enfermedades, como ya nos lo recordaba Susan Suntag en “Las metáforas y sus enfermedades”. Enseguida se consideró a los adultos mayores por su mayor vulnerabilidad ante el virus. 

En algunos países, la priorización de los responsables de la educación se compartió con otras profesiones consideradas de primera necesidad, como el periodismo. En México, no se discutió públicamente la idea de vacunar a personal de limpieza o de seguridad, ni a quienes posibilitan el suministro de alimentos; es importante aquí recordar que la Central de Abasto de la CDMX fue un espacio en que se concentraron contagios y defunciones. Asimismo, se decidió que el Presidente y los mandatarios de entidades federativas “esperasen su turno”, a manera de declaración política: “nadie está por encima de nadie”. El costo de la decisión fue el contagio de COVID19 por parte del Presidente y varios otros gobernadores. Igualmente ha sido polémico que la vacuna haya sido aplicada a personal de la salud de instituciones públicas, pero no de instituciones privadas, distinción que no aplicó al vacunar al personal académico y administrativo de las instituciones educativas del país. 

Ahora bien, aún cuando detrás de la vacunación de profesores está el ansiado “regreso a clases”, hay indicios de que ni profesores ni alumnos tienen la convicción de hacerlo, ya por falta de seguridades respecto al contagio, como por las ínfimas condiciones (de suciedad y saqueo) en que se encuentran los planteles educativos, tanto públicos como privados. También está la situación de que muchos profesores vacunados no regresarán a clases presenciales, ya sea porque sus programas permiten seguir con clases en línea o por decisiones expresas de sus autoridades, como es el caso de quienes laboran en la UAM, cuyos líderes sindicales han manifestado la falta de voluntad de regresar a sesiones presenciales hasta que la totalidad de los alumnos estén vacunados. A sabiendas de lo anterior, ¿debieron los profesores sanos haber cedido su turno a población vulnerable?, ¿debió el Estado haber decidido de manera distinta la distribución de vacunas?

En la publicación de FB del 19 de mayo de “Lechedevirgen Trimegisto” (artista conceptual) se puede leer la siguiente llamada de atención en torno a la ausencia de los grupos de riesgo en el calendario nacional de vacunación: 

Las personas trasplantadas somos parte de los grupos de riesgo debido a que tomamos medicamentos inmunosupresores para evitar el rechazo del órgano trasplantado, sin embargo NO HEMOS SIDO TOMADOS EN CUENTA como grupo de prioridad en la estrategia nacional de vacunación. 

Ciegamente se han enfocado en personas mayores de 50/60 años como único segmento poblacional de riesgo, dejando fuera a todas las personas que viven con enfermedades autoinmunes o inmunodeficiencias que no respetan sesgos de edad como lupus, esclerosis múltiple, cáncer o VIH/SIDA. 

¿Cómo hacer para que estos grupos de riesgo hubieran sido prioridad en el esquema de vacunación? Se sabe que en Estados Unidos, hubo un intento por priorizar grupos de riesgo, aunque sin las medidas de control suficientes para que personas deshonestas fueran identificadas por el fraude de hacerse pasar como parte de los grupos vulneables convocados. Misma situación ocurre en México con la aplicación a mujeres embarazadas mayores de 18 años, perfil que algunas han aprovechado para ser vacunadas sin estar en esa condición. 

De acuerdo con los datos de Jorge E Linares (Nexos, 1 de mayo 2021) , “la OMS señala que se han administrado unos 300 millones de dosis, todavía lejos de los 10 000 millones de dosis necesarias para inmunizar un 70 % de la población mundial, mínimo para conseguir la inmunidad de rebaño”. En la escala regional, 90 dosis por cada cien personas en EU han sido aplicadas, mientras que en México van 27 dosis por cada cien personas al 31 de mayo de 2021. De acuerdo con una publicación en redes sociales de la Jefa de Gobierno de la capital del país, Claudia Sheinbaum, al cierre del 5 de junio, 43% de los mayores de 18 años están vacunados con al menos una dosis. 

Lo anterior no es tan mala noticia, si hacemos el comparativo con respecto a otros países que igualmente están a expensas de que países con mayores privilegios estén dispuestos a cedernos vacunas, en nombre de intercambios diplomáticos, como se anunció recientemente por parte del gobierno norteamericano, que “comparte” con México un millón de vacunas de Johnson & Johnson. Mientras para algunos, el ritmo de vacunación en México es un fracaso atribuible a la 4T, a otros, nos parece más un síntoma estructural de la geopolítica que ha impuesto una muy desigual distribución de vacunas por el mundo, como puede verificarse en el comparativo que sistematiza la BBC. Cualquier balance debe colocar a Estados Unidos en el centro, por su influencia en las decisiones comerciales de las farmacéuticas y los centros de investigación que producen y surten la demanda de dosis.

Tan lejos de vacunarse, y tan cerca de Estados Unidos

Fue a fines de enero de 2021 cuando Juan José Origel, comunicador de la televisión mexicana, compartió en redes que se había vacunado en Miami. Recordemos que entonces no se había anunciado el calendario de vacunación en México para población en general, y en Estados Unidos apenas había iniciado. Mucho se criticó el oportunismo, y en particular, el tono de burla con que el personaje se refería al episodio, orgulloso de haberse brincado las reglas, porque podía. Lo que entonces se juzgó tanto, hoy es una práctica cada vez más habitual: viajar a Estados Unidos a vacunarse. Esta reacción tiene sus antecedentes en formas deshonestas de vacunarse por parte de quienes, de alguna manera, aceleraron su proceso de inoculación y la de su círculo cercano, antes de que estuviese disponible para la población en general. En México, si bien hubo casos que fueron denunciados, éstos no alcanzaron los niveles de escándalo que en Argentina (#VacunasVIP), España o Perú (#Vacunagate), donde muy altos funcionarios fueron evidenciados (presidentes, expresidentes, ministros, alcaldes…), algunos teniendo incluso que dimitir, luego de haber incumplido con el orden de vacunación que cada país designó. Estas experiencias ocurrieron a inicios del año, cuando aún no se podía anticipar la frecuencia en la aplicación de vacunas. 

Tan sólo unos meses después, vacunas de diferentes farmacéuticas con diferentes porcentajes de eficacia para evitar la infección, los síntomas y las complicaciones, se han aplicado en el mundo con distintos niveles de cobertura. Estados Unidos ha sido uno de los países que más pronto ha vacunado a su población, siendo beneficiario del mayor número de dosis, que en estos días representa incluso un excedente en relación a su demanda. La agencia alemana DW habla de cientos de vacunas desechadas y hasta 300 millones de dosis sin demanda; si la estimación es cierta, se trataría de la misma cifra que de dosis administradas mundialmente hasta el momento, acaparamiento que no parece generar la conmoción internacional que amerita. Con este panorama, cabe preguntarse ¿quiénes no se han vacunado aún en EU? Algunos indican que habiéndose concentrado la oferta de dosis en las grandes urbes, aún hay territorios remotos en los que hay residentes a la espera de ser vacunados, mientras que, mayormente se habla de que la población no vacunada corresponde a aquella que no desea hacerlo, ¿debe entonces respetarse la decisión de no vacunarse, anteponiendo la libertad individual a la salud pública? Siendo más una cuestión de voluntad que de otra índole, es inminente preguntarse por los mecanismos para conseguir que la población reticente a vacunarse lo haga. 

Por un lado, están los mecanismos coercitivos, y por otro, los incentivos. En el primer grupo identifico una forma de coerción particular, que puede derivar en vulnerabilidad económica; ésta ocurre cuando un empleador amenaza con terminar la relación contractual de quien no está dispuesto a vacunarse, con el argumento legítimo de representar un riesgo para los demás trabajadores. Están también las formas abiertas de exclusión social que dejan a la población no vacunada sin acceso a ciertos servicios o equipamientos públicos, e incluso sin oportunidades de convivencia social. Por su parte, los incentivos van desde cupones de descuento en las farmacias, pasajes de metro, boletos para eventos deportivos y conciertos, hasta la posibilidad de acceder a parques de atracciones y eventos masivos (deportivos y de entretenimiento en general), así como a vuelos internacionales o cruceros. En estos días se anunció un Certificado digital para verificar el estado de salud de los turistas, una suerte de ficha informativa en que las aduanas adviertan si la persona está vacunada, si dio negativo en una prueba reciente, o se recuperó del virus. Está claro que vacunar a la mayor parte de la población es un objetivo que concentra esfuerzos globales. 

En este sentido, con la sobreoferta de vacunas en Estados Unidos se flexibilizaron los requerimientos para recibirlas. Es bien conocido que ya no se solicita un documento probatorio de residencia, y en algunos casos, ni siquiera una identificación con fotografía, esto para incentivar la vacunación entre población migrante sin documentos. Así, lo que en un primer momento había sido condenado por varios gobiernos locales (al menos Texas, Florida, Nueva York y California se pronunciaron en contra), poco a poco se ha valorado como una reactivación económica. Paulatinamente se fueron desmintiendo en diversos medios los rumores sobre las multas y la suspensión de VISA a quienes se vacunaban sin ser residentes, y las autoridades empezaron a hacer directamente las invitaciones a los turistas para vacunarse. 


La regularización de vuelos evidencia el creciente turismo de vacunas, lo mismo que la reactivación de hasta un 70% de los paquetes de viaje hacia Estados Unidos, según reportan las agencias de viaje a Forbes. Y es que el plan es cada vez más popular; son varias las empresas que ofrecen a sus empleados en México cubrir los costos de viaje para su vacunación, y serán muchos quienes aprovechen el objetivo de vacunación para también vacacionar. Se estima – quizás conservadoramente por la secrecía del dato– que medio millón de mexicanos han viajado para vacunarse, y que cinco millones más lo harán este verano, mayormente con la apertura de la vía terrestre. Quienes lo consigan, lo harán dentro de una farmacia o supermercado sin la euforia colectiva propia de las jornadas de vacunación en México, generalmente realizadas en equipamientos simbólicos como son las universidades públicas. Las cifras son significativas si consideramos que hacia fines de mayo habían sido vacunadas aproximadamente 22 millones de personas con 31 millones de dosis, es decir, que apenas 12.6 millones de personas en territorio mexicano han recibido las dos dosis para completar la inmunidad, de acuerdo con cifras de El País. En otras palabras, la mitad de la meta alcanzada hasta ahora por el Estado, podría conseguirse fuera de las fronteras en los próximos meses.   

La decisión de viajar (o no) a EU para recibir la vacuna merece una reflexión desde distintos enfoques. Éste debe comenzar por una consideración geográfica importante; no es lo mismo hacer el viaje a EU desde el centro del país que desde estados fronterizos. Quienes residen cerca de la frontera están acostumbrados a ir y venir el mismo día, con motivo de hacer compras de mayoreo, ropa o gasolina a un mejor precio. Cruzar la frontera para vacunarse se percibe natural, además de que no implica un gasto excesivo. Ahora bien, circula la idea de que sólo las élites pueden costear esta opción, a pesar de que un vuelo redondo a Estados Unidos desde la CDMX en una aerolínea de bajo costo, se cotiza desde $5,000 MXN, que aunque puede ser un impedimento para la mayoría de la población (además del tiempo invertido) bien puede cubrirse con esfuerzo por parte de alguien que no necesariamente pertenezca al sector más privilegiado. Para viajar a vacunarse, el acceso a la VISA es otro tema que impone diferencias; muchos habrán intentado solicitarla sin éxito (a perfiles de la economía informal, aunque con poder adquisitivo, les puede ser sistemáticamente denegada), mientras otros no pueden siquiera cubrir el costo de intentarlo. Es precisamente el desigual acceso a la posibilidad de vacunarse, el centro del dilema que representa esta práctica. 

Algunas voces sugieren que desplazarse a EU con este fin es perpetuar el reparto desigual de dosis, y por tanto, contribuir en la reproducción de tal desigualdad. Esta valoración se asemeja a la que tiene un consumidor que evita un producto, en su legítima intención de no contribuir a replicar las condiciones injustas en las que fue producido (distintas a garantías de comercio justo, amigable con el ambiente, libre de esclavitud o de maltrato animal, etc). Este consumidor sabe que no por su decisión se dejará de producir, ni otros dejarán de consumir, pero es una forma de protesta tan legítima como honorable. Es aquí donde la discusión entra a un ámbito difuso, pues si bien la vacuna es gratuita en EU, y en ese sentido, su distribución no está regida por las leyes del libre mercado, también es cierto que no todos los que así lo deseen pueden financiar el viaje para recibirla, es decir, los costos del viaje sí demarcan una inaccesibilidad a la vacuna, que impone valores mercantilistas a la salud pública, y la aleja de ser un bien de interés público de acceso universal. Mientras el pleno abasto no esté garantizado en nuestro país, formas alternas de acceder a ella continuarán, aún cuando adelantarse en el proceso sea motivo de vergüenza o reproche. Conviene traer de nueva cuenta el honor que viene con el sacrificio de no consumir, en este caso, una vacuna. Se puede convenir en que hay cierto honor en esperar en fila, según el orden que el aparato estatal dispuso conforme a sus recursos. Hay honor en respetar las reglas impuestas para todos, sin privilegios. Pero, si hemos suplantado al Estado en ya tantas de sus responsabilidades (de limitada cobertura como la seguridad, la educación o la propia salud), ¿cabe hacerlo una vez más? ¿es acaso condenable la decisión de vacunarse si el beneficio propio representa a la par, un beneficio colectivo? ¿qué tan honorable es esperar por convicción cuando hay opciones?

Como dijera Fernando Escalante en su columna “La vacuna, la moral”, “(…) en este caso, quedarse en la trinchera no tiene otro efecto salvo seguir expuesto al virus, sin que de eso resulte ninguna ganancia.” Y aunque honorable esta suerte de compañerismo, de empatía hacia quienes, por su perfil, no han recibido la vacuna, no deja de ser un posicionamiento poco efectivo ante un virus que arranca vidas y compromete la calidad de éstas. He ahí la prisa, la necedad por ganarle unos días a los períodos oficiales que los recursos limitados dictan. 

Podemos pensar ambos perfiles (quienes viajan a vacunarse y quienes lo reprochan) desde una postura de superioridad moral, toda vez que los primeros pueden estar convencidos de que vacunarse contribuye a la inmunización colectiva, y por tanto, su decisión es noble; mientras que los segundos pueden estar convencidos de que su actitud paciente asegura orden y condiciones equitativas al país. Puede ser también lo opuesto, y que los primeros se vacunen para regresar a una vida normal, de reuniones sin medidas sanitarias, y que los segundos reprochen con ira a los privilegiados, más como una cuestión de revanchismo social. O puede haber muchos matices entre estas formas de reaccionar ante el riesgo. ¿Qué hubieran hecho ustedes?






1 comentario:

  1. Gracias por este texto. Nos ayuda a ir más allá de la moralina automática de la lealtad de grupo (cuando el grupo puede beneficiarse de muchas maneras).

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