miércoles, 3 de marzo de 2021

Epístola a los hombres

CARTA DE UN HOMBRE A LAS MUJERES 

Nos importa un carajo cuánto pesan, es fascinante tocar, abrazar y acariciar el cuerpo de una mujer, pesarla no nos proporciona ningún efecto.

No tenemos la menor idea de lo que es un talle, nuestra evaluación es visual. Es decir, si tiene forma de guitarra, está buena.

No nos importa cuánto mide en centímetros, es una cuestión de proporción, no de medida.

No hay belleza más irresistible en la mujer que la feminidad y la dulzura, la elegancia y el buen trato son equivalentes a mil viagras.

El maquillaje se inventó para que las mujeres lo usen, para andar a cara lavada estamos nosotros.

Las faldas se inventaron para que luzcan sus magníficas piernas. ¿Para qué carajo se las tapan con pantalones anchos? ¿Para que las confundan con nosotros?

Entendámoslo de una vez, traten de gustarnos a nosotros, no a ustedes, porque nunca van a tener una referencia objetiva de cuán lindas son de mujer a mujer. Ninguna mujer va a reconocer jamás delante de un tipo que otra mujer está linda.

Otra cosa para que tengan en cuenta, las jovencitas son lindas, pero las de 40 para arriba, además son irresistibles.

El cuerpo cambia, una mujer de 40 o de 50 años a la que le entra la ropa de cuando tenía 20 o 25 años, o tiene problemas de desarrollo, o se está autodestruyendo.

Nos gustan las mujeres que saben manejar su vida con equilibrio y saben manejar su natural tendencia a la culpa.

Es decir:
- La que cuando hay que comer, come con ganas (la dieta vendrá en septiembre no antes).
- La que cuando hay que hacer dieta lo hace con ganas (no se sabotea ni sufre).
- La que cuando hay que tener intimidad de pareja la tiene con ganas; cuando hay que comprar algo que le gusta, lo compra; cuando hay que ahorrar, ahorra.

Algunas líneas en la cara, algunos puntos de sutura en el vientre, algunas marcas de estrías, no les quitan su belleza. Son heridas de guerra, testimonio de que han hecho algo con sus vidas, no han estado años en formol ni en un spa. ¡Han vivido!

RECUERDEN BIEN LO SIGUIENTE...

"El cuerpo de la mujer es la prueba de que Dios existe. Es el sagrado recinto donde nos gestaron a todos, donde nos alimentaron, nos acunaron, y que nosotros sin querer las llenamos de estrías y demás cosas que tuvieron que ocurrir para que estemos vivos".

¡Cuídenlo, Cuídense, Quiéranse!

"La belleza es todo eso, Todo junto".


CARTA AL HOMBRE QUE ESCRIBIÓ “CARTA DE UN HOMBRE A LAS MUJERES” 

¡Qué contradicción todo lo que puede escribir un hombre a las mujeres! 

Que no importan los kilos, pero sí importa la forma, dice. Los cuerpos curvilíneos acinturados son los únicos que aprueba. La metáfora de asociar el cuerpo femenino a una guitarra no suaviza la perversa aspiración de un cuerpo estándar. No entiende que, en la proporción del cuerpo que idealiza están en juego las medidas, ergo, está juzgando una cuestión de medidas, y claramente no le importan los cuerpos diferentes. ¿Le interesan las razones por las que una mujer pueda obsesionarse por menos centímetros de cintura? ¿Reconoce que “su evaluación” no fue pedida, y debe dejar de darla?

¿Por qué no le parece bella una mujer que no es femenina, ni dulce, ni elegante? 

Imagino que define “feminidad” como lo que no es masculino, y que la “dulzura” es contraria a una mujer "de carácter", enojada, gritando o defendiéndose. Que no se le ocurren siquiera los motivos que sobran para estar enojadas y gritando. Imagino que (yo) una mujer en jeans sentada de piernas abiertas con cerveza en mano, carcajeándose estridentemente, queda descalificada de su definición de elegancia. 

¿No hay cabida entonces para que una mujer trate mal a quien la ha tratado de manera humillante, condescendiente o violenta? ¿Hay lugar a que la mujer haya tenido un mal día y su trato no sea bueno, ni dulce, ni elegante?

¿Es elegante y dulce comparar valores retrógradas con viagra? ¿La metáfora es que una mujer que se comporta como el hombre desea merece su erección? ¿Eso debiera inspirarnos? ¿es en serio?  

El maquillaje y las faldas han existido desde la Prehistoria con muchos usos tanto simbólicos como prácticos, los han usado hombres y mujeres. El cabello largo estaba reservado para la aristocracia; sólo lo llevaban así quienes podían lavarlo, quienes tenían acceso al agua. Algunos ubican el origen de los tacones en el teatro, otros para la montura de caballo o para evitar lodazales; hubo un momento en que sólo la nobleza podía usarlos. Las modas son históricas, y hoy son una opción, no una imposición. A cara lavada, maquillada, rasurada, tatuada, perforada, o no, quien así lo decida. Nos tapamos las piernas si queremos. Con suerte, por comodidad o por estilo propio, y con lastimosa regularidad, para que no sean vistas por hombres como usted. 

¡NO! NO EXISTIMOS PARA COMPLACERLOS, NO ACTUAMOS PARA GUSTARLES. Todo cuanto pienso y hago es para sentirme bien con quien soy, entiéndalo usted. 

¿Y por qué no habremos de decirle a una mujer que es linda? Qué coraje que ellos no sepan de lo que somos capaces “de mujer a mujer”; que somos quienes nos reconfortamos cuando los hombres destrozan autoestimas, cuerpos y vidas. 

¿Qué es lo objetivo Sr. y por qué sería importante? ¿Está asumiendo que su opinión llena de prejuicios es “una referencia objetiva”? ¿Piensa que definir “lo lindo” se define de manera objetiva, y por tanto, indiscutible? 

No sólo entre mujeres reconocemos nuestra belleza, nuestras capacidades y nuestros logros, sino que nos apoyamos y tejemos redes poderosísimas. Habrá quienes se comporten diferente frente a hombres, es verdad, ¿se ha preguntado por qué una mujer cambia “delante de un tipo”? ¿Si es por temor, por presión o por una mentalidad competitiva promovida por hombres? ¿Cree usted que por decir un cumplido a otra, nos sentimos menos? Sus aseveraciones son tan falsas como cizañeras. 

No necesitamos de una carta aleccionadora de cómo debemos sentirnos, ni cómo debemos actuar para complacer a los hombres. Sabemos que el cuerpo cambia. El problema es la cultura de vergüenza en torno a la vejez; esa cultura que posiciona tantos productos antiarrugas, que normaliza en pantalla jovencitas emparejadas con hombres mayores, que produce y reproduce un estándar de belleza pernicioso. No es una cuestión de voluntad a cambiar gracias a sus palabras; es una estructura violenta la que nos hace sentirnos mal con nuestros cuerpos ¿es capaz de reconocerla o seguirá culpando a las mujeres? 

Es fácil decir que son ellas las que no quieren quererse, pero las culpas no son naturales como insiste en hacerlas pasar; tienen un origen, sea la religión, sea la cultura del consumo, sea el patriarcado. Por eso sentimos culpa al comer, al vestirnos, al coger, al hacer o dejar de hacer. No venga a decirnos cuándo hay que hacer dieta ni cuándo sentir placer. Y por cierto, las virtudes domésticas del buen consumo y del ahorro no son privativas de las mujeres, puede también intentarlo.

Quizás no sea usted el que viole o asesine mujeres, pero asúmase como el que nos lastima, juzga y desacredita. Su discurso de admirar la belleza como un todo, no admite más que su definición de belleza. No admite la de otros cuerpos, otros comportamientos y otras identidades. No admite que sentirnos bien con nuestros cuerpos no ocurre por iniciativa propia, sino que sólo es posible luego de señalar juntas la cultura dominante que nos acosa y nos hace sentir vergüenza (body shaming). Su carta no es inspiradora y mucho menos necesaria.  

Pero si de dar consejos se trata: 
¡Respétenos! ¡Deje de objetivarnos, de culparnos, de aleccionarnos y  de evaluarnos visualmente!
Todo junto sería realmente una belleza.



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